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Poesia Sefardi y Jarshas

Poesia Sefardi y Jarshas

Vino mio, kerido de mi korason

El bokalito de vino
de un borachon
kuantos buenos me sos
tu, bokal mío yeno
amado mas ke mi ermano
a mi tos
amahas
a mi boz
aklaras
no dehas
ni yoros
ni ansias
sos mi amigo
i mi grande abrigo
kuando tu vino es ermozo
i kuando mi korason se aze gostoso
un medjidie vale kada gotika i gotika
una lira vale kada kopika i kopika
todo tiempo ke yo esto i vo a bibir
de ti no me vo nunka despartir
i te vo guardar dientro mi pecho
komo un grande provecho
vino mio el mi kerido
no me tomes el sentido
estate bien kontente
segun yo esto alegre

A. n. Giat (Bengiat) Telégrafo, edision de martes, 5649 (1888/89) Para apreciarlo en toda su belleza es preferible imprimirlo en forma de botella pues así se aprecia toda su “forma”.

Pongo en seguida mi propia versión castellana, pidiendo perdón por posibles errores:

 

 

 

 

 

 

Vino mío, querido de mi corazón

Cantarito de vino de
un borrachón
cuántas bondades
me das
tú, cántaro mío, lleno
más amado que mi hermano
mi tos
alivias
mi voz
aclaras
no dejas
ni llantos
ni ansias
eres mi amigo
y mi grande amigo
cuando tu vino es bueno
y cuando mi corazón está gozoso
una medalla de gloria vale cada gotita
una lira vale cada copita y copita
todo el tiempo que viva y viviré
de ti nunca me separaré
y te voy a guardar dentro de mi pecho
como un grande provecho
vino mío querido
no me turbes el sentido
sé bueno y conténte con mesura
acorde con mi estado de alegría

Versión castellana: Carlos Vidales
(Sujeta a eventuales correcciones)

Se tradujo “medjidie” como “medalla de gloria”, aunque en realidad es la medalla de una importante orden militar y honorífica turca, considerada en la cultura popular de la época como de valor excepcional. “Una lira” parece aludir al instrumento musical, que simboliza la música celestial. Vale. CV. Estocolmo, 2010-10-24.

Esta pequeña joya de la poesía judeo-española, escrita en la forma conocida como “caligrama”, es una hermosa muestra de la inocente frescura de la poesía sefardí. Aunque el poema es muy antiguo, posiblemente anterior al siglo XVI, fue publicado en España en 1888. En el cancionero sefardí, pertenece al grupo de las “cansiones de borachon” (canciones de borracho, o de borrachera), muy comunes en bares y cantinas. He agregado de mi propia cuenta, en mi pobre sefardí, el título. Vale.

Dicen que lo verde 

no vale nada,

y este nuestro novio

lo trae a gala.

Jugaba la novia

con su velado,

y en el primer juego

le dio un abrazo

lo trae a gala.

Jugaba la novia

con su marido,

y en el primer juego

le dio el anillo.

Jugaba la novia

con su marido,

y en el primer juego

le dio en el alma.

DOS:

Parióme mi madre

una noche oscura,

poníme por nombre

niña y sin fortuna.

Ya crecen las hierbas

y dan amarillo;

triste mi corazón,

vive con sospiro.

Ya crecen las hierbas

y dan de colores;

triste nací yo,

vivo con dolores.

En 1990, 498 años después de su expulsión de España, las Comunidades Sefardíesrecibieron el Premio Príncipe de Asturias de la ConcordiaEl acta del jurado del aquel premio las reconocía, saldando así una deuda histórica, como “parte entrañable de la gran familia hispánica, que salieron de la Península Ibérica hace quinientos años con las llaves de sus casas en las manos“. Y concluía: “Lejos de su tierra, los sefardíes se convirtieron en una España itinerante, que ha conservado con inigualable celo el legado cultural y lingüístico de sus antepasados”. En el discurso de agradecimiento, pronunciado en judeo-cristiano, el doctor Solomon Gaón dijo: “De todas las Diasporas en qualas bivian dispersos el pueblo de Israel solamente in Espania se creo una epoca de oro. No komo in las otras Diasporas, en Espania los Djidios no eran considerados como una menoría estranjera pero como una parte integral y buen integrada en el país Iberiano”.

Los cantares sefardíes son una parte de la herencia literaria de aquella eda de oro. La cultura popular sefardí se compone de un buen número de canciones líricas desaparecidas en España que, si bien remiten a temas propiamente judíos, beben de la misma tradición que los romances españoles, conservando la técnica y parte de la temática. Un gran número de estas composiciones han podido ser rescatadas gracias a la ingente tarea de arqueología filológica, y también, cómo no, al celo de los propios sefardíes -muy especialmente las mujeres- que a principios del siglo XX se convirtieron en “notarias de la tradición, dejando constancia por escrito de la literatura de tradición oral“.

 

 

Guia de ingles para estudiantes de 5º año de UEP Superba Orinoque

Past simple: regular and irregular verbs.

 

Exercises

A. Complete the sentences.

I didn´t watch TV last night.

1. On Saturday I ____________ (play) computer games with

 my cousins.

2. My mum ____________ (not cook) dinner last night.

3. I ____________ (walk) to school because there weren´t

 any buses.

4. They ____________ (not dance) at the party.

5. My brother ____________ (travel) to Ireland last summer.

 

 

B. Write the past simple of these verbs.

1. copy __________

2. revise __________

3. cycle __________

4. listen __________

5. practice __________

6. play __________

7. like __________

8. move __________

 

 

 

If Wish Clauses Worksheet

Using the information given, make a sentence using If. Use one of the types of conditional

sentences.

1. We plan to go sailing today but it all depends on the weather.

2. The house is over there - only ten minutes walk from here using the way through the park.

3. Sally keeps getting colds. She doesn't look after herself.

4. I didn't tell you the news as soon as I heard it because you were sleeping.

5. Robert works far too hard and is in danger of giving himself a heart attack.

6. You weren't listening so you didn't understand the directions.

7. Grandpa is not wearing his hearing aid because it's broken.

8. I was listening to the radio so I heard the news bulletin.

 

 

EXERCISES: PAST SIMPLE VS. PRESENT PERFECT

I.. Complete the sentences with the verb in brackets in past simple or present perfect.

1. She loves Paris. She ..................... (be) there many times.

2. Bill ....................... (work) in that company for 3 years. (He still works there).

3. They ....................... (go) to London on holiday last summer.

4. I ....................... (read) that book. It´s good.

5. His parents ....................... (be) here yesterday.

6. They ....................... (go) to Germany when he ....................... (be) only 4.

7. ........... you ......... (watch) any film last night?

8. I ....................... (have) a couple of toasts for breakfast this morning.

9. He ....................... (live) in Rome since he was a teenager.

10. The house looks different. .......... you .............. (paint) it?

11. I ....................... (not see) you in class last Friday.

12. Shakespeare ....................... (write) over one hundred sonnets.

II. Say if the following sentences are right or wrong. Correct them if necessary.

1. Have you ever been to Thailand?

...................................................................................................................

2. I´ve had sausages for lunch at half past one.

...................................................................................................................

3. She´s enjoyed herself at the party last night.

...................................................................................................................

4. I´ve read that book but I didn´t like it much.

...................................................................................................................

5. Tom has left school one year ago.

...................................................................................................................

6. My cousins have lived in Dublin since they´ve been children.

....................................................................................................................

7. We have worked here for a year and a half.

....................................................................................................................

8. My parents lived in Britain for a couple of years.

....................................................................................................................

9. James has made a cake yesterday.

...................................................................................................................

10. I´ve washed the car. It looks great now.

................................................................................................................... 

 

III. Complete the sentences with a verb from the box in present perfect or past

simple.

 

 

 

1. She ............... smoking two months ago.

2. She ............... for two months.

3. ......... you ever .......... to Florence?

4. ......... you ........... that TV show last night?

5. They still live in that town. They ............... there for ages.

6. A friend of mine ............... the lottery three years ago.

7. When ........... you ........... your homework?

8. They ............... themselves at the party last summer.

 

IV. Write the past participle of these verbs.

1. Write ………………………………… 2. Wash ………………………………………..

3. Forget ………………………………… 4. Break .………………………………………

5. Make ………………………………… 6. Awake ……………………………………….

Para los alumnos de 5º año del Colegio Los Rosales

Para los alumnos de 5º año del Colegio Los Rosales

Me han comentado algunos de sus compañeros que presentan problemas para ir a ver "Azul y no Tan Rosa" para el foro vistual de este fin de semana por tal motivo el foro se iniciara mañana en la noche y terminará el dia el miercoles 26 de marzo a las 12 de la noche. 


Atentamente.-


Profesora Yamilet Melo 

Capítulos de la Saga de Los Confines PARA LOS CHICOS DE 4° DE UE SUPERBA ORENOQUE

Capítulos de la Saga de Los Confines PARA LOS CHICOS DE 4° DE UE SUPERBA ORENOQUE

GRUPO DE ALEX DE SOUSA

Los dos hombres partieron de Paso de los

Remolinos con rumbo a Beleram, la ciudad

donde Cucub vivía. Y donde la Casa de las

Estrellas, elevada en su monte de piedra,

congregaba a la Magia. Tales eran los puntos

de partida y de llegada. Pero el camino a

seguir era incierto. Los viajeros deberían

inventarlo cada vez que el agua anegara los

senderos habituales, los árboles caídos les

bloquearan el paso, o las zonas pantanosas

les exigieran pronunciados desvíos.

A eso se añadía la necesidad de buscar

refugio para pasar la noche. Dulkancellin

conocía muy bien los amparos que el bosque

procuraba a los cazadores y a los extraviados.

Y que más allá de sus voluntades, marcaron

el ritmo de las primeras jornadas. Hoy, el

refugio aparecía demasiado pronto, cuando

aún había fuerzas para continuar avanzando.

Mañana, tal vez, el refugio les quedaría lejos;

y la jornada se alargaría hasta forzar el límite

de la resistencia.

El día que emprendieron el camino

hablaron de cosas sin importancia. Ninguno

quería mencionar las. causas de aquel viaje,

ni vaticinar los resultados. El guerrero se

mostró interesado por conocer cómo era la

vida en la Comarca Aislada. Cucub

respondió gustoso a todas sus preguntas, alzando

la voz para hacerse oír sobre el ruido

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de la lluvia en el bosque. Y cuando

Dulkancellin dejaba de preguntar, el zitzahay

cantaba.

Al otro día, Dulkancellin no habló más que

para decir lo imprescindible. Y la canción del

zitzahay sonó cansada.

A partir del día tercero, se fueron llenando

de irritación. Los pies entumecidos bajo el

cuero embarrado de las botas, la ropa siempre

húmeda y el olor pegajoso de sus cuerpos los

puso de un humor intolerante. Y, seguros de

que cualquier comentario sería mal

interpretado, ambos prefirieron no decir

palabra. Mucho tiempo después, Cucub

recordó aquella caminata como un larguísimo

silencio bajo la lluvia.

La misma cueva en la que Shampalwe

había cortado sus últimas flores, les sirvió de

amparo. Allí, y a ruego insistente del

zitzahay, hicieron el primer alto en su viaje

para comer. Los alimentos que cargaban no

eran demasiado abundantes, aunque sí eran

apropiados para ayudar a resistir los rigores

del clima y el trabajoso andar. Bien racionados,

serían la base de su sustento mientras

la lluvia les dificultara, cuando no les

impidiera, la cacería.

Cucub separó dos porciones de higos

secos, y ofreció su parte a Dulkancellin. El

guerrero rechazó el alimento sin siquiera

mirarlo.

—No puedes dejar de comer —dijo Cucub

—. Hazlo, aunque no tengas hambre.

—Luego lo haré —respondió Dulkancellin

—. ¡Y no trates de imitarme! Come lo tuyo

hasta chuparte lo que quede en tus dedos. Te

hace más falta que a mí.

Cucub, nada propenso a imitar conductas

que le ocasionaran incomodidades, se instaló

cueva adentro a disfrutar de su comida. Como

era el primer día de camino, y por entonces

todavía cantaba, se lo pasó tarareando entre

bocado y bocado.

Sentado en la boca de la cueva,

Dulkancellin miraba llover sobre el Lago de

las Mariposas. Sabía que, muy pronto, el lago

crecería hasta el pie de los grandes montí-

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culos rocosos que lo cercaban por el oeste.

Mientras que por el este se extendería en un

peligroso lodazal.

El guerrero no tenía el don de la

imaginación. No sabía ensoñarse en lejanías;

y mucho menos, en invenciones. Pero ese

mediodía oscuro, tan cerca de donde

Shampalwe había cortado sus últimas flores,

el guerrero vio a su esposa con más nitidez

que al paisaje que lo rodeaba. Las laderas que

caían al lago se cubrieron de las hierbas

frescas del verano. De aquel verano en que

nació Wilkilén y su madre llegó hasta allí, en

cumplimiento del rito de la maternidad.

Dulkancellin veía a Shampalwe danzando a

orillas del lago, tal como lo ordenaba la

ceremonia. La veía girar hacia un lado y

luego hacia el otro: una mano en la cintura,

una mano ahuecada a la altura de las sienes.

"Una vueltita con pasos de perdiz", solía

repetirle a Kuy-Kuyen para enseñarle el baile

de las mujeres husihuilkes. Shampalwe

saludó al guerrero con la sonrisa grande que

le transformaba los ojos en una línea negra.

Desde la cueva, su esposo devolvió el saludo

con la mano en alto. Afortunadamente Cucub,

entretenido en saborear los últimos higos, no

estaba prestándole atención. De haberlo visto

saludar a la intemperie vacía, hubiese

pensado que el guerrero había contraído

alguna fiebre.

—¡Cucub! —llamó el guerrero, de nuevo

en su día de lluvia—. Sigamos andando. Ésta

es zona de cuevas. Nos costará poco hallar,

más adelante, cualquier otra donde podamos

dormir.

A pesar del preciso conocimiento que

Dulkancellin tenía del bosque, no podía dejar

de prestar atención a sus pasos. Varias veces

tuvo que detenerse a pensar cuál sería la ruta

apropiada, o menos riesgosa. En esas

ocasiones Cucub lo miraba como un niño a su

padre. Y cuando el husihuilke volvía a

caminar, el zitzahay lo seguía sin una sola

duda.

Caminaron y caminaron. Numerosas

jornadas transcurrieron en las que el viento,

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ni por un momento, dejó de sacudir el

bosque. Muy alto, sobre sus cabezas, los

árboles se curvaban con crujidos

amenazadores. Y con frecuencia cumplían

sus amenazas, despeñando enormes ramas

que caían mucho más cerca de lo que Cucub

hubiese deseado.

De tanto en tanto, entremezclados con el

sonido de la tormenta, se escuchaban los

tambores de los Brujos de la Tierra. Los

hombres detenían su marcha y orientaban el

oído, tratando de precisarles la ubicación.

—Parece que anunciaran nuestro paso —

decía Cucub en esas ocasiones.

Pero sin importar de dónde venían, ni qué

estaban diciendo, su retumbe era para los

hombres una buena compañía. El husihuilke

y el zitzahay se reconfortaban pensando que

Kupuka no debía andar lejos. Y continuaban

el viaje con el ánimo fortalecido.

Una noche, justo cuando acababan de

cenar una liebre que Dulkancellin había

logrado cazar, sucedió algo inesperado. No

habían encontrado mejor cobijo que un tronco

vacío, y en él se preparaban para

descansar. Cucub, acurrucado en el fondo del

agujero, ya casi dormía. Dulkancellin trataba

de acomodar su cuerpo en un lugar que, para

su tamaño, era demasiado mezquino. En ese

trance, el guerrero vio algo que lo hizo saltar

del escondrijo sin protegerse de la lluvia. El

movimiento brusco despabiló al zitzahay.

—¿Qué sucede? —preguntó, asomando su

cabeza greñuda por el hueco del tronco.

—¡Ven pronto! —exclamó Dulkancellin

—. Apúrate para que veas esto.

Cucub tomó su propio manto y el del

guerrero. Después salió.

—¿De qué se trata? —volvió a preguntar.

Mientras lo hacía, echó el abrigo sobre los

hombros del husihuilke.

Dulkancellin señaló hacia el lado del mar.

Contra la negrura de la noche, unas líneas de

luz semejantes a fuegos delgados se movían

en dirección al norte.

—¡Lulus! —murmuró Dulkancellin—. Me

pregunto qué los obligó a dejar sus islas para

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viajar bajo la lluvia.

—Eso tiene fácil respuesta —dijo Cucub

—. También los lulus han sido convocados al

concilio. Y, probablemente, esos que estamos

viendo se dirijan hacia la Casa de las

Estrellas. Sin embargo, son muchos los que

se han movilizado y, hasta donde sé, no

deberían ser más que nosotros.

—Y sí que lo son —dijo Dulkancellin.

—Observa que casi todos tienen colas

rojizas.

—Eso significa que son jóvenes, y aptos

para la guerra.

Mientras Dulkancellin y Cucub hablaban,

los lulus dejaron de verse. Era seguro que

habían vuelto a adentrarse en el bosque

cerrado.

—Volvamos a casa —sugirió el zitzahay,

refiriéndose al agujero del tronco—. Allí

vamos a poder pensar mejor.

Así lo hicieron. Y pasaron gran parte de la

noche buscando explicaciones a lo que

habían visto. Cerca del amanecer, y sin haber

hallado una respuesta provechosa, se

durmieron. Despertaron entumecidos,

incómodos en sus ropas impregnadas de

humedad. Pensando, todavía, en la aparición

de la noche anterior. Afuera del hueco encontraron

lo de cada madrugada: frío y lluvia. Y

sin comer bocado, porque las reservas

escaseaban, retomaron la marcha.

En los días siguientes, volvieron a ver a

los lulus. Siempre después del atardecer, y

siempre avanzando hacia el norte.

Un grupo de lulus, casi un centenar de

ellos, había abandonado las islas y tomado el

camino del oeste que bordeaba en la mayor

parte de su recorrido las costas del Lalafke.

Aquel número resultaba significativo para el

reducido pueblo de los lulus. Si cien lulus

jóvenes abandonaban su isla para emprender

un viaje por el continente que mal y poco

conocían, los tiempos eran extraños.

Hombres y lulus siguieron avanzando por

caminos diferentes, aunque en la misma

dirección. Varios días pasaron sin que se

estableciera entre ellos ninguna clase de

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contacto. Algunas noches, Dulkancellin

despertó sobresaltado, creyendo escuchar los

soplidos con que se comunicaba el pueblo de

las islas. Pensó que era posible que estuvieran

vigilándolos, pero no pudo verlos de cerca

sino hasta cuando los lulus quisieron que así

fuera.

Ninguna otra cosa alteró la monotonía de

aquellos días de viaje. El límite norte de Los

Confínes estaba cerca. Y el clima comenzaba

a apaciguarse. Las lluvias cedían y, a veces,

cesaban por completo. El viento del mar, que

los había azotado sin respiro, también silbaba

cansado.

En una de esas noches sin lluvia los lulus

se presentaron. Dulkancellin y Cucub los

vieron acercarse, dos colas rojizas y una

blanca, y se prepararon para recibirlos.

El lulu anciano venía caminando unos

pasos atrás de sus jóvenes escoltas. Hombres

y lulus se observaron sin sorpresa.

El encuentro tuvo lugar en un claro donde

el guerrero había logrado encender una

fogata, y Cucub, mantenerla. Largas miradas,

un acuerdo mudo, y todos se dispusieron

alrededor del fuego. El lulu de cola blanca

habló en la Lengua Natural para que los

hombres pudieran entenderlo.

—Nos dirigimos, igual que ustedes, a la

ciudad de Be-leram. Y asistiremos al concilio

que se llevará a cabo en la Casa de las

Estrellas.

El husihuilke y el zitzahay comprendieron

que no tenía sentido negar lo que el lulu

parecía saber con plena certeza, y optaron por

mantenerse callados.

—Fui elegido en representación de mi

pueblo —continuó el lulu—. Y recibí órdenes

de viajar orillando el Lalafke hasta las

cercanías de Umag del Gran Manantial. Allí

me estará esperando un guía del pueblo de los

hombres para tutelar el resto de mi viaje.

—Pero tú viajas en compañía de muchos

— interrumpió Dulkancellin.

—Viajo en compañía de los más diestros

en la pelea. Sólo unos pocos de ellos han

permanecido en las islas, en protección de los

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débiles.

—¿Puedes explicarnos por qué no

cumpliste las órdenes recibidas, y por qué los

lulus movilizan su ejército? —pidió Cucub.

—Claro que lo haré. Esta visita no tiene

otro propósito.

Una estrella apareció en el cielo. Un

rasgón de luz que ninguno estaba viendo.

—No creemos que sea necesario mantener

en secreto el arribo de las naves extranjeras

—prosiguió el lulu—. Ni necesario, ni

aceptable para los habitantes de las Tierras

Fértiles. Por el contrario, aseguramos que

estos acontecimientos deben ser

proclamados, porque será un ejército de todos

el único capaz de enfrentar al enemigo que

llega —el lulu anciano se iba alterando a

medida que hablaba. Fruncía

involuntariamente su cara morruda, y

mezclaba soplidos a las palabras—. No

debemos darle plazo a esta ralea. Si los

dejamos desembarcar, estaremos perdidos.

La huella de sus pies en nuestra tierra y,

¡recuerden!, muchas generaciones cosecharán

ponzoña.

—Llamas enemigos a los extranjeros que

vendrán por el mar. ¿Cómo puedes estar

seguro de ello, cuando la Magia no puede

estarlo? —preguntó el zitzahay.

—¡Modera tu impertinencia!

El lulu enderezó el cuello. Los dos escoltas

lo miraron en espera de una orden, pero la

orden no llegó. Dulkancellin, que conocía

bien a los habitantes de las islas, se preparó

para defender al zitzahay. Cuando el lulu

anciano volvió a arrugar el cuello hasta

casi apoyar la cabeza sobre los hombros,

Dulkancellin apartó la mano del hacha que

llevaba colgada del cinto. Después de un

momento, y en un tono menos hostil, el

lulu continuó hablando:

—Mi pueblo posee, de antigua herencia, la

Piedra Alba. Vino desde los abismos del mar,

y estuvo en las islas mucho antes de que

nosotros las habitáramos. Pero la Piedra Alba

nos fue dada en custodia; y con ella, recibimos

la profecía. "Cuando la Piedra cambie su

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color, y de blanca se torne oscura, será

porque termina la potestad de la Vida sobre

la Muerte. Será porque comienza un reinado

de dolor..."

El guerrero husihuilke asintió, conocedor

de la existencia de la Piedra Alba por la

palabra de sus mayores.

El lulu buscó algo entre la barba larga y

lacia que le colgaba del borde inferior de la

boca. Las manos de los lulus, valiosas en la

carrera, eran de dedos cortos y poco hábiles.

De modo que al anciano le costó un notable

esfuerzo sacar la bolsita de cuero que llevaba

atada. Y mucho más, sacar de allí dentro la

Piedra Alba para enseñársela a los hombres

en la palma callosa. La Piedra tenía forma

perfectamente cilíndrica, y era de color

blanco traslúcido. Sin embargo, en su

interior, se veía una mancha oscura de

contorno irregular.

—¡Aquí la tienen! —dijo el lulu—. Esta

Piedra fue, desde siempre, de un blanco

inmaculado, sin una tocadura de sombra. El

pasado verano comenzó a aparecer, muy

dentro de ella, un punto de oscuridad. Tan

minúsculo que muchos prefirieron no verlo.

Ahora es el inicio del invierno, y ya nadie

puedo hacer de cuenta que la mancha no

existe. ¡La Piedra se oscurece!, ¡la profecía se

cumple! Como ves, zitzahay, la magia de los

lulus también está hablando. Y lo hace sin

vacilaciones.

—Pero los Astrónomos... —iba a replicar

Cucub.

—Los Astrónomos se retardan debatiendo

sus confusiones —interrumpió el lulu,

secamente—. Nosotros, en cambio, no

tenemos dudas. Vamos al concilio llevando la

Piedra Alba como testimonio. Confiamos en

que esto sea suficiente para que los pueblos

de las Tierras Fértiles comprendan que ya

empezó la guerra. Y sobre todo, para que la

Magia tome sus armas sin demora. De lo

contrario, la derrota será nuestro merecido

destino.

—¿Qué decisión tomarán los lulus si no

consiguen el apoyo del concilio? —

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preguntó Dulkancellin.

El lulu sacudió la cola de luz blanca, antes

de responder:

—Entonces pelearemos y moriremos

solos. Estén seguros de que el enemigo no

encontrará a los lulus trenzando flores en su

honor.

—Llegado el caso —dijo Cucub—, y si

desconocen la decisión del concilio, ustedes

serán considerados traidores.

Algo pasó por la cabeza del lulu. Algo

que, por supuesto, no iba a decir en voz alta.

—Mientras tanto, seguiremos viaje hacia

el norte. Y sólo haremos alto en el desierto

para hablar con los Pastores —fue su

respuesta.

—¡Recuerda que no es el tiempo de

divulgar estos hechos! —advirtió Cucub.

—¡Recuerda que no pensamos igual que

tú!

Con un marcado envión de la cadera, el

lulu se irguió. Volvió la Piedra Alba al sitio

de donde la había sacado. Giró, y se marchó

sin despedirse. Los otros dos lulus lo

siguieron, a poca distancia.

Dulkancellin y Cucub volvieron a

quedarse solos. Callados, cada uno con sus

pensamientos, esperaron a que la fogata

terminara de extinguirse. Al cabo de un rato

de inmovilidad, el zitzahay se recostó con las

manos debajo de la nuca.

—¡Mira, Dulkancellin! —dijo

enderezándose, y señalando el cielo.

El pequeño hombre miraba las estrellas,

unas pocas estrellas entre los árboles.

—Podemos dormir en paz, hermano.

Mañana, el sol

nos despertará.

____________________________________________________________

GRUPO DE RIVEROL

Oacal

Siete días completos duraron las celebraciones del Oacal. Las procesionescruzaban Beleram hasta la explanada de laCasa de las Estrellas. Músicos yofrendadores, bailarines y malabaristas.Hombres que sostenían cañas del ancho dela avenida atiborradas de tórtolas, palomas,papagayos, búhos y cernícalos que confrecuencia abandonaban la caña para ir aposarse en los hombros o la cabeza de susportadores. Y cuando las procesionesllegaban a la Casa de las Estrellas, losSupremos Astrónomos salían a celebrar laceremonia con ropas de oro.Pero ya todo eso había terminado y elpueblo de Beleram se reunía en el mercadopara su mejor parte. La bebida del oacalpasaba sin parar de las tinajas grandes a laspequeñas. Se atragantaban los hombres, seles corría el agua dulce por las comisuras.Había puestos que vendían ciruelascubiertas con miel, puestos donde seapilaban panes y tortillas. En los braserosse mantenían calientes las carnes de avecocidas con cardos y puerros, y el guiso depescado.Y era comer hasta hartarse. Y beberhasta que les llegaba primero la risa, ydespués los tumbos y el sueño del oacal.Aquel año, la celebración fue exasperada.Amaneciendo, podían verse cientos quedormían donde ya no pudieron mantenerseen pie. Los braseros se apagaron. Y en elfondo de las vasijas, se enfriaron los guisossin jugo.Un poco más tarde los puesterosdespertaron. Era hora de limpiar losdesperdicios en los alrededores de su fuegoy preparar comidas para el día quecomenzaba. Kupuka, entusiasta bebedor deoacal, había acabado durmiendo a la273intemperie entre otros muchos roncadores.El Brujo se despertó con los trajines de lalimpieza y los nuevos buenos olores. Ycuando decidía quedarse, tirado de cara alsol, hasta que se le aligeraran las molestiasde la borrachera, recordó el casamiento deKuy-Kuyen y se marchó apurado.Mucho más apurado que él, sin oacal ysin boda, Hoh-Quiú abandonó Beleram.—He permanecido demasiado tiempolejos de mi país —dijo el príncipe—. Y alláseguirán zumbando los enemigos de todoslos días. ¡Qué insignificantes parecen allado del que enfrentamos! Y sin embargo,habrá que regresar a ocuparse de sus pobresintrigas.Molitzmós había aprendido a sacarleprovecho a esos desplantes que Hoh-Quiúrepetía a menudo. Gracias a ellos seconvencía de la justicia de su odio. Y elpríncipe no los escatimaba. Más bien losrecrudecía ante la presencia de Molitzmós,sin saber que echaba alimento a las razonesde su enemigo."Extrañas criaturas son los hombres",pensaba Zabralkán escuchando a Hoh-Quiú. "Aunque el cauce grande losamenace de naufragio, ellos parecenentristecer un poco cuando la vida vuelve asu cauce ordinario".Molitzmós esperó a que el príncipeterminara. Luego se acercó a él y solicitópermiso para permanecer algunos días másen Beleram. Se excusó con la boda deCucub, al que llamó su hermano, y con lapersistencia de un malestar que ledificultaría el viaje.—Puedes hacerlo —dijo el príncipe—.Pero elige un animal veloz, y alcánzanosantes de las Colinas del Límite.Cargados con obsequios, provisiones enabundancia, y varios de los mejoresanimales con cabellera para que semultiplicaran del otro lado de las Colinas,los Señores del Sol fueron los primerosextranjeros que abandonaron Beleram.Desposar a Kuy-Kuyen era una buena274razón para cantar. Así que Cucub estuvodándole vueltas a su canción durante toda lamañana. "Crucé al otro miedo..." El iniciono era apropiado para la ocasión. "Pedípermiso al río..." Eso sí estaba bien, porquele recordaba la ceremonia en la que debiópedir el consentimiento de Thungür para laboda.Más temprano, Kuy-Kuyen le habíapreguntado cuándo tendría ella su propiacanción.—Ya serás suficientemente zitzahaycomo para encontrarla —había respondidoCucub—. Y es posible que para entoncesyo sea tan husihuilke que haya olvidado lamía."Crucé al otro lejos..." Cucub seguíacantando mientras esperaba la hora precisa.Cantaba y repasaba su aspecto. Al baño enel río, le había agregado ese día una largapermanencia cerca de un fuego encendidocon ramas del copal aromático. Se ahumóél, y ahumó su ropa antes de colocársela.Cucub desechó algunas prendas, demasiadogastadas. Pero agregó otras tantas. Elresultado fue el mismo desorden de texturasy colores superpuestos. Y sobre su atuendode boda, todo lo que siempre acostumbrabacargar: cintos, dardos, su flauta y sucerbatana, puntas de piedra, plumas ysemillas. —Canta el amor —dijoMolitzmós a sus espaldas. Cucub seenojó de sólo oírlo y no tuvo ganas dedisimular:—Y el desamor se esconde paraescuchar.El Señor del Sol se rió a carcajadas.—Me quedo acompañando tu boda, ¡Ymira cómo metratas! —dijo Molitzmós—. Te busqué paraobsequiarteel cuchillo que tanto bien hizo en la batallade las Colinas.Cucub no extendía la mano.—Acéptalo —insistió Molitzmós—. Nopuedes desairar un regalo de boda sin teneruna razón de importancia. ¿La tienes,275acaso?Cucub no respondió, pero aceptó elcuchillo con una inclinación de cabeza.—He oído que partirás con loshusihuilkes —dijo Molitzmós.—Así es. Me iré con Kuy-Kuyen. Ycuidaré de la familia de Dulkancellin talcomo se lo prometí.—¡Qué bien! —Molitzmós sonrió pordentro y por fuera—. ¿Entonces Thungürperderá el mando de la casa?—Thungür y otros cuantos se quedaránaquí, en Beleram. Hace falta quienestransformen a los zitzahay en buenosguerreros.La conversación no tenía cómoprolongarse.—Te saludo —dijo Molitzmós, yéndose.Pero dio media vuelta: Una cosa más. Undía llegaré a Los Confines y golpearé lapuerta de tu casa.Cucub reconoció la amenaza, maldisfrazada de cortesía.—Es posible que cuando llegues Cucubtenga ya muchos hijos que salgan arecibirte.La boda tuvo sus manjares, su música ysus vasijas desbordadas de oacal. En elcentro de una rueda, Cucub danzaba. Yhablaba y hablaba, aunque su lengua no sedejaba manejar con facilidad:—Mi Kuy-Kuyen es bella como la lunadel verano como nadie jamás ha visto ymírenla de brazaletes que ella misma tejiócon flores para que ustedes coman y bebanpor Cucub que me llevaré esta mujer a LosConfines... y diga alguien si ha visto otratan bella y que me digan qué endulza másla noche de un hombre si Kuy-Kuyen o elagua de oacal. Beban conmigo porque soyCucub y feliz y estoy vaciando este jarropor mi hermano guerrero que yo sé que estáaquí. Bailo... baila. Mastica baila y dime simi Kuy-Kuyen no es bella como la luna ysírveme agüita de oacal. Baila Kupuka ybebe conmigo que nosotros dos sabemosque él está aquí mirando el desposorio y276será que la muerte le dio el permiso. Mira atu hija Dulkancellin y bebe por ella... Venque te sirvo agua de oacal ¿Qué dicesKupuka? Si puede llorar también puedebeber y ya que has venido a nuestra bodaDulkancellin te vuelvo a prometer por todatu sangre... Dime hermano ¿hay mujer tanbella como tu Kuy-Kuyen? Y bebe bebebebe... que mientras estemos bebiendotendrás buena excusa para quedarte connosotros.Cucub terminó su danza por el suelo y sequedó dormido de oacal hasta el amanecer.Sin duda, algunos lo habrían trasladadodesde el patio de la Casa de las Estrellashasta su hamaca en la selva, porque allídespertó. Solamente su esposa estaba conél, y comía ciruelas. Kuy-Kuyen lo viodespertar y le ofreció un puñado. Crujió unpoco la piel de la fruta cuando Cucubmordió. Se le escurrió la dulzura entre losdedos.La Estirpe había quedado transformadaen un pueblo sin ancianos. A pesar de esose dispuso que también ellos regresaran asus aldeas y a sus costumbres del mar. Aellos les correspondía sostener la herenciade los bóreos en la hechura de barcas y enla pericia para navegarías. La Estirperecibió en custodia las costas del Yentru ysus mareas. Pero eran muy jóvenes. Estabandeseosos de excederse en el cumplimientode las órdenes. "Para disputarle el mar aMisáianes hará falta algo más quenavegaciones costeras". Sus ancianos sehabían conformado con construir barcasque recorrían la costa comerciando entreBeleram y las aldeas de la ComarcaAislada. Ahora, ellos soñaban con llegarhasta el sitio en el que se unían el Yentru yel Lalafke. "Llegaremos navegando a LosConfines," "Llegaremos por mar a la casa deCucub".Nakín de los Búhos había terminado deregresar al Tiempo Mágico. Zabralkán laasistió, con medicinas y palabras, en todo loque duró el doloroso trance de ir lan-277guideciendo por propia voluntad. Al díasiguiente de la boda, algunos la sintieronatravesar los corredores como si un vientoanduviera por la Casa de las Estrellas. Después,nadie supo más... Ya estaría Nakín delotro lado del tiempo, recuperando el color desus mejillas. Y para siempre, ensimismadaen su memoria.Molitzmós, en cambio, partió deimproviso. Únicamente se despidió deZabralkán. En cuanto a Bor... Pronto volveríaa verlo. Ellos habían conseguidohablar a solas en una oportunidad.Suficiente para hacerles comprender que senecesitaban y que, por el bien de ambos yde todos, debían mantenerse comunicados.Molitzmós se dio vuelta a mirar lasantorchas de nuevo encendidas en la Casade las Estrellas. Después galopó toda lanoche para alcanzar a los Señores del Solcerca de las Colinas del Límite.También los husihuilkes abandonabanBeleram. Tenían por delante toda unalejanía y un desierto que, además de susrigores naturales, guardaba la amenaza delos Pastores. Parecía poco probable que losPastores del Desierto intentaran atacarlos.Sin embargo, como regresaban muydisminuidos en número, los guerreros delsur se prepararon fuertemente para el viaje.Muchos de los que no volvían eranmuertos de la guerra, sepultados en tierrasde la Comarca Aislada. Pero también sequedaron en Beleram aquellos que habíansido asignados al adiestramiento de unejército zitzahay. Éstos se reunían ahorapara despedir a sus hermanos y enviarobsequios y adioses: "Dile a mi esposa quesiembre estas semillas", "Estas plumas sonpara mi madre", "Cuéntale a mis hijos quéhermosa es la ciudad de Beleram..."Los husihuilkes se llevaron consigoanimales con cabellera que, en pocotiempo, fueron centenares. El pueblo deLos Confines los amó con facilidad, losbautizó con nombres sonoros y los mantuvocerca de sus casas. Y al fin se278transformaron en parte del cuerpo de losguerreros, que jamás volvieron a pelear sinellos.Kuy-Kuyen montó a la grupa deEspíritu-del-Viento, agarrada muy fuerte ala ropa de Cucub. Thungür ya se habíadespedido del Brujo de la Tierra, y ahoracaminaba en dirección a ellos.—Si en la próxima fiesta del sol unamujer pregunta por mí, ofrécele estassemillas y dile que las siembre —dijoThungür, entregando a su hermana unapequeña bolsa de cuero—. Estas plumasson para Vieja Kush. De ustedes dos es latarea de contar a Wilkilén y a Piukemántodo lo que aquí ha ocurrido.Thungür, igual que Dulkancellin lohubiera hecho, igual que lo hubiera hechocualquier husihuilke, no desperdiciópalabras en decir lo que todos conocían.—Que el sol los acompañe en el caminoy se quede también con nosotros, porque élpuede hacerlo. Adiós.Así fue. Hoh-Quiú regresaba a su trono,y Kupuka a su cueva. El mercado deBeleram había recuperado sus variedades yNakín de los Búhos sus colores. La Estirpese empeñaba en sus barcas, cuando otros seempeñaban en una conjura. Zabralkánsentía una antigua tristeza, y los husihuilkesvolvían al sur. Era otro tiempo quecomenzaba...

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GRUPO DE REQUENA

¡Búscala, Ahijador, encuéntrala!

La jauría oscura, crecida con la carne y el alma del jorobado, se convirtió en el peor miedo de las aldeas del norte.Antes de las bestias, nadie en Los Confines había temido al bosque. Ahora las personas ya no se atrevían a meterse en la espesura. Los pescadores no dormitaban en sus balsas. Y todo aquel a quien la noche sorprendía a la intemperie sentía pisadas y jadeos. Muchos acababan corriendo desesperadamente, perseguidos de cerca por su propio espanto.Las bestias de Drimus odiaban como Drimus. Y no querían otra cosa que carne viva: corazones que latieran las últimas veces adentro de sus bocas, manos que intentaran aferrarse a las arrugas de sus paladares antes de despeñarse hacia el estómago.En algunas ocasiones, los animales negros fueron divisados en su avance hacia el sur. Los hombres que permanecían en Los Confines, demasiado viejos o demasiado jóvenes, organizaron partidas para emboscarlos y darles muerte. Pero la jauría actuaba con mayor astucia y velocidad de la que ellos imaginaban. En aquellos ataques, apenas algunas flechas alcanzaron su destino. Las restantes se malograron en la fronda del bosque. Sin embargo la defensa de los hombres no fue inútil, porque a partir de entonces la jauría evitó avanzar durante el día, y utilizar los caminos despejados. Los animales se movían durante las horas de penumbra, por senderos ocultos.Cuando los perros hallaban una criatura desprevenida saltaban fuera de la oscuridad con las fauces abiertas. Clavaban los colmillos, arrancaban, y regresaban al hueco del que habían salido con muñones colgando entre los dientes.Una noche de poca luna, el Ahijador los divisó con sus ojos de ver lo oscuro en lo oscuro. Los perros descendían en hilera por la pendiente de una loma. El Ahijador voló en círculos sobre ellos; y el Brujo Halcón, que estaba durmiendo, los vio girar en el fondo de su sueño. El Brujo se despertó estremecido."¡Nanahuatli!", pensó. Subió y bajó la cabeza, agitó los brazos. Quiso volar, quería volar. Y como no pudo, lanzó un graznido apasionado en la soledad de su nido:-¡Nanahuatli! -graznó-, ¡Nanahuatli!El Brujo sabía que la princesa podía estar caminando al encuentro de la jauría. Hacía varios soles que había abandonado el nido, y podía haber avanzado lo suficiente.Se levantó como si se impulsara con los codos. Caminó de ida y vuelta entre los dos árboles que demarcaban la Puerta de la Lechuza, sin dejar de sacudir su cuerpo. De pronto comenzó a restregar su espalda contra un tronco rugoso.-¡Nanahuatli! -pidió.Lastimándose sin pena, el Brujo se vengaba de sí mismo. No debió asustarla. Y menos hacerle daño con sus garras. Ni permitir que se marchara sola con la lluvia y la jauría cerca.-No realizará dos veces su proeza -el Brujo se dejó caer, arrastrando la espalda herida por la corteza-. Nanahuatli no podrá hacerlo.Pero entonces el Brujo pensó en sus ojos. Solamente ellos podrían ayudarlo.-Ahijador -dijo-. Nanahuatli va camino al norte. Y la jauría viene hacia el sur. ¡Ayúdame a buscarla!El Ahijador había cobijado con sus alas a esa mujer. Luego la había conducido por un rastro distinto al de los sideresios hasta dejarla a salvo en la Puerta de la Lechuza. Por eso, aunque el Brujo y el ave continuaban repudiándose y a menudo se encarnizaban tironeando hacia lados opuestos, el Ahijador aceptó realizar lo que el Brujo le pedía.-Hace varias jornadas que ha partido -dijo el Brujo-. Y debe haber andado de prisa intentando avanzar antes de la lluvia. Estará entre el Lago de las Mariposas y el Manzanero.Pero aun ese trecho del cielo era demasiado vasto. Y el bosque, abajo, demasiado tupido. Rastrear ese territorio para hallar a una criatura humana significaba cruzarlo innumerables veces. Volar y descender, detenerse para otear desde la cima de un árbol, retomar el vuelo... Era improbable que el Ahijador pudiera realizar esa búsqueda por sí solo. Juntos, el tiempo y el bosque, resultan inabarcables.El Ahijador entonces convocó a los halcones de las Maduinas. Durante días y durante noches el cielo cargado de Los Confines, desde el Lago de las Mariposas al Manzanero, se pobló de pájaros majestuosos que buscaban una princesa.Sin embargo, transcurrían las jornadas sin que la mujer apareciese. El vuelo de la bandada iba corriéndose hacia el norte.-No es posible que Nanahuatli haya recorrido tanta distancia -pensaba el Brujo Halcón.Y como el Ahijador pensaba igual que él, comenzó a buscar de regreso al sur. Cruzó el cielo de este a oeste dibujando franjas estrechas; ascendió y descendió. El Brujo y el Ahijador miraban con los mismos ojos y solían ver cosas diferentes:55-¡Aguarda! -gritaba el Brujo-. He visto algo.El Ahijador regresaba al sitio que le indicaban:-Es una colonia de tortugas grises que van a su refugio.Retornaba a su vuelo.-¿No viste como yo? -insistía el Brujo-. Vuelve al arroyo que acabas de cruzar; alguien andaba por la orilla.El Ahijador volvía al arroyo:-Es un puma bebiendo.La lluvia estaba cerca. En medio de un bosque azotado de viento y oscurecido por la cercanía de una tempestad, la túnica de una mujer era invisible.-La lluvia comienza -dijo el Ahijador-. Los halcones regresan a cuidar sus nidadas.-Un poco más-suplicó el Brujo.-Ya no es posible.Tal como habían llegado, los halcones desaparecieron entre las nubes macizas que cubrían el cielo de Los Confines.-También me marcho a las Maduinas -anunció el Ahijador.Pero el Brujo Halcón pidió de nuevo:-Ahijador, antes de marcharte ven a la Puerta de la Lechuza... Sus collares de pétalos deben estar colgados en las ramas y, quizás, alguna de sus túnicas. Deseo protegerlos para que la lluvia no los desarme y, sin tus ojos, no los hallaré a tiempo.El Ahijador tomó rumbo a la Puerta de la Lechuza. No estaba demasiado lejos. En menos de media jornada haría el recorrido. Y como la búsqueda había terminado, podía volar tan rápido como lo deseara.El Brujo Halcón esperaba acuclillado en su nido. Y aunque veía lo mismo que el Ahijador, vigilaba más. Cuando el Ahi-jador casi llegaba, el Brujo se sobresaltó y volvió a lo mismo:-¡Espera, Ahijador! Regresa hasta ese enorme sauce que acabas de dejar atrás. Algo había allí demasiado quieto para ser fronda.-Será una piedra.-Es por última vez que te lo pido.Giró en vuelo el Ahijador de Los Confines. Y allí donde el Brujo había visto quietud y él una piedra, estaba Nanahuatli doblada sobre sí misma.La princesa no se había alejado demasiado de la Puerta de la Lechuza. En verdad se había dejado caer muy cerca del sitio donde halló a los enamorados. Y allí se había quedado con frío y con hambre, muriéndose de orgullo. El Ahijador la miró desde el cielo. El Brujo la miró desde su nido. "Estúpida mujer", pensaron ambos. Y el Brujo sonrió como un hombre feliz.-Condúceme hasta ella.Pero esta vez el Ahijador tomó otra decisión.-Avanza apartándote de tu nido apenas hacia el oeste. La encontrarás pronto.-Si vuelas hasta allí, podré verla -respondió el Brujo.-No es una hembra emplumada, ¿para qué querrías verla? -y el Ahijador partió mirando el horizonte.Frente a los ojos del Brujo había ahora un cielo tormentoso. Las primeras gotas sonaron en el bosque.El Brujo Halcón avanzó en la dirección indicada, llamando a la princesa. Después de bastante andar oyó un quejido.-¡Nanahuatli! -el Brujo se detuvo a escuchar y llamó otra vez-- ¡Nanahuatli!En el retumbe de la tormenta, volvió a oírse la voz fatigada de la princesa.-¡Nanahuatli!El Brujo sabía que ya estaba muy cerca:-¡Nanahuatli!Entonces, un cuerpo aterido se aferró al suyo con desesperación, y no quiso apartarse. Las garras del Halcón se enredaron en el cabello de Nanahuatli cuando el Brujo intentó una caricia.La lluvia que se desmoronó sobre ellos ya no iba a detenerse hasta el final del invierno.-Vamos -dijo el Halcón-. Haremos fuego cerca del nido.Como se lo permitieron sus brazos tullidos, la ayudó a sostenerse en pie. Y la condujo a través del cielo.Nanahuatli habló con dificultad, y demasiado bajo.-¿Qué sucede? -le preguntó el Brujo.56-Thungür-decía la princesa.Y siguió diciendo: "Thungür, ¿dónde estás?"

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GRUPO DE MICHEL

Así ocurrió en las Tierras Antiguas…

Misáianes, el hijo de la Muerte, no se comprende sin el tiempo. Tiene un largo antes y un largo después; es tanto resultado como origen, tanto fin como inicio.Para contar acerca de Misáianes y su guerra, es necesario hablar de su cuna: la boca de su madre, el monte, el continente de las Tierras Antiguas y las criaturas que, por entonces, lo habitaban.En las Tierras Antiguas nació la magia. Junto a ella, crecieron exuberantes el conocimiento y la alegría.Los magos de entonces acopiaron saber. Y lo heredaron, cada vez más potente, de maestro a discípulo.Las nuberas, mujeres del bosque renombradas por su disposición para el amor, estuvieron cerca; siempre atentas al llamado de los magos que, a veces, requerían consejeras y, otras veces, amadas.Los primeros reyes de las Tierras Antiguas gobernaron con generosidad. La gente de los valles dormía con buen can-sancio. La gente de las colinas bailaba en ronda.Pero algunas cosas se sustentan a costa de lo mismo que les ha dado vida.Así, la magia acabó creyendo que el conocimiento era su obra y no su deuda. Se alejó de las criaturas para sentarse en un cielo remoto, desde el cual se proclamó primera en las virtudes. Elegida para regir sobre los simples.Sin embargo hubo magos que se opusieron y se diferenciaron. "La única gloria es preguntar acertadamente", dijeron. "Si nos apropiamos de la creación, dejaremos de comprenderla."Aquellas controversias se transformaron en una enemistad irremediable que acabó separando a la magia, mitad por mitad. La mitad que se llamó a sí misma Cofradía del Recinto permaneció en las Tierras Antiguas. La que se llamó a sí misma Cofradía del Aire Libre se marchó por un largo camino. Iban a refundar la magia en otro continente.Las nuberas contemplaron con tristeza esta desunión. Se adentraron en el bosque porque no podían comprender. Y la ausencia fue larga. Pero, finalmente, todas regresaron. Caminaron hacia los magos del Recinto y permanecieron junto a ellos sin imaginar que, un día, los verían inclinados ante el Odio Eterno.Y continuó el tiempo en las Tierras Antiguas.Fuerte en el pensamiento y hábil en las manos, aquel continente tuvo ruedas y aspas. Fundió metales y concibió el modo de andar por el mar.Los reyes se enfrentaron y se sucedieron, igual que los veranos y los inviernos. Pero, por sobre todos, estaba la Cofradía del Recinto con sus Órdenes de grandes maestros y sus ojos puestos en las estrellas.Mientras esto ocurría, la Muerte se miraba las manos, las palmas sin líneas. "No engendrarás", le había sido ordenado.-Engendraré desde mí misma. Seré madre también -decidió un día.Luego buscó un monte olvidado. Buscó una cueva oculta en la cima. Allí se sentó y comenzó a amasar un brote de saliva. Lo incubó en su boca hasta que lo sintió latir. Lo despegó de su paladar y continuó dándole calor entre las manos.Saliva de la Muerte, espesa, cuajada. Grumo de saliva que fue emplumando. Era su hijo, y lo llamó Misáianes.El hijo creció sin abandonar el monte. Crecieron sus brazos, sus dedos, sus uñas. La ferocidad del Increado era tan grande como su paciencia; y su paciencia tan esmerada como su astucia.Hablando parecido a la verdad, Misáianes se erigió en Amo. Y todos los que se rindieron ante él, perdieron el alma.Misáianes convocó a sus parientes. Los magos del Recinto tardaron en acudir. Pero cuando, por fin, marcharon hacia el monte, los caminos, detrás de sus pasos, desaparecieron.El pueblo de las Tierras Antiguas fue sometido a la esclavitud. Y separado en manchas según los trabajos que realizaban. Despojados del nombre, se transformaron en carne que obraba.Y sin embargo, hubo otros que no se sometieron.Las nuberas del bosque irguieron las cabezas, las cabelleras alertas, los cuerpos aguzados frente a Misáianes.Entonces, el amo las señaló para la muerte. Ellas corrieron al Recinto, donde nadie escuchó los aldabones contra las puertas, donde ningún ventanal se abrió para escucharlas. Clamaron por ayuda y las murallas de piedra cerraron los ojos. Maldijeron, increparon, y las torres alzaron vuelo.Si había, en el Recinto, algunos deseosos de ayudarlas, no pudieron hacerlo ese día.Abandonadas por los magos, las nuberas fueron perseguidas, y cazadas como ardillas en el bosque de Goenia. Los soldados de Misáianes las encontraron dentro de los nidos, metidas en los hormigueros, enroscadas alrededor de las ramas más altas de los árboles. Cuando lograron reunirlas, las arrastraron hasta la orilla del mar. Allí, luego de amarrarlas a81gruesos maderos, las pusieron a arder de cara al mar. Sólo unas pocas lograron ocultarse y permanecer a salvo.Aquellas mujeres, que habían sobrevivido a la primera cadena del Amo, supieron que la resistencia se extendía más allá del bosque.La resistencia, supieron las nuberas, se disimulaba en una Orden de magos que permaneció en el Recinto con el propósito de llegar al monte y escucharlo de cerca. La resistencia se hacía fuerte en la raza de los bóreos, navegantes de gloria cuyos reinos florecieron en los archipiélagos del noroeste y en la Gran Península. Los bóreos, capaces de avistar antes que nadie el tiempo funesto de Misáianes, enviaron naves a las Tierras Fértiles.Cruzaron el Yentru llevando la noticia de uno que había nacido para aniquilar el tiempo de la Vida. Y sus palabras quedaron asentadas en códices escritos sobre láminas de cortezas plegadas que se protegieron en estuches labrados, que se guardaron en cofres de piedra, que se ocultaron en cámaras reservadas...No sólo noticias llevaron los bóreos. También viajó con ellos parte de su descendencia para permanecer a resguardo en las Tierra Fértiles, lejos de la guerra que se avecinaba."A nosotros, los que habitamos en las Tierras Antiguas, nos corresponde dar las primeras batallas contra Misáianes. Así debe ser, porque Misáianes nació y creció en un monte de nuestro continente. Y es allí donde concentra sus fuerzas. Pe-learemos hasta la última gota de sangre de la última buena Criatura; pero, quizás, no sea suficiente. Por ahora, este lado del mundo está a salvo. Nosotros y el mar somos el escudo. ¡Preserven este lugar y esta vida! ¡Protéjanse, y protejan a los hijos que dejaremos entre ustedes! En ellos depositamos la esperanza de permanecer, aunque caigan las Tierras Antiguas..."Luego, aquellos navegantes regresaron a pelear una guerra distinta a todas.Algunos clanes soberanos se sumaron a ellos. Se trataba de pueblos que habían vivido apartados de los grandes reinos y que, quizás por eso mismo, no dudaron entre Misáianes y la libertad. Juntos sostuvieron la resistencia en el mar. Juntos, fueron conocidos como los navegantes de cabello rojo.Y transcurrieron generaciones arrasadas...Misáianes siguió creciendo. Los sideresios hacían retemblar la tierra. Así, al cabo de muchos años, la resistencia parecía muerta.Las nuberas se perdieron en el bosque. Los magos rebeldes apenas podían moverse porque Misáianes estaba atento, todo lo miraba.Los navegantes de cabello rojo quedaron acorralados en las costas del Golfo de Sigia y en el Archipiélago de Las Cuatro Madres. En aquellas regiones, gracias al conocimiento del mar y a las prodigiosas dotes para la navegación, continuaron respirando y soñando con los días que esperaban después de la sangre y la derrota. Pero eso era nada, casi nada. Pececitos con minúsculos aguijones jugando entre los dedos del Odio Eterno.Y pasaron generaciones silenciosas...Misáianes y sus parientes, seguros ya de su dominio sobre las Tierras Antiguas, pusieron sus ojos en la otra orilla. El sueño del hijo de la Muerte abarcaba el mundo, de modo que las Tierras Fértiles se transformaron en el nuevo horizonte.Una flota comenzó a prepararse para cruzar el Yentru.Leogrós se llamaba el hombre que fue elegido como comandante. Drimus, el mago que hablaba la lengua del Designio, viajaría como emisario del Amo.Los rebeldes de las Tierras Antiguas no desaprovecharon esa distracción. Mientras Misáianes desviaba sus ojos hacia una guerra lejana, ellos afianzarían su propia guerra. Ésa era la causa por la cual los navegantes de cabello rojo, Zorás y Foitetés estaban reunidos en un lugar de la costa.Zorás, el mago de los ojos azules, representaba por entonces a la Orden de maestros que había jurado sostener el verdade-ro legado del Recinto contra el poder de Misáianes. Foitetés era su único discípulo.-Es imprescindible aprovechar este tiempo -decía Zorás a los capitanes rebeldes.Todos ellos sabían que nada iba a ser posible sin el levantamiento del pueblo de las manchas. Pero aquellos hombres y mujeres que se llamaban como su oficio estaban perdidos en la oscuridad de la desmemoria. Para traerlos de regreso sería necesario un largo trabajo de amor y redención. Alguien que les devolviera la luz de las Virtudes Primordiales: el co-nocimiento de las causas, el don de recordar, la poesía, y la honra de llevar un nombre.-Hallaré el vientre apropiado y en él engendraré a los dos elegidos -anunció Zorás.Luego, el mago de los ojos azules observó desde lejos el Paso de las mujeres de las manchas hasta que encontró a la que buscaba. Era una escardadora que se diferenciaba de las demás por su andar erguido. Detrás del vapor oscuro que82cubre cualquier cuerpo sin nombre, el mago pudo adivinar una noble belleza. La madre de los elegidos ya estaba señalada.Zorás aguardó a que llegaran los guardianes conduciendo hombres a la mancha de las escardadoras. Cubierto con un manto sucio y ayudado por la penumbra, se confundió entre ellos. Después buscó a la escardadora, le apartó el cabello de la cara.-Ellos nacerán para la resistencia. ¡Bautízalos, escardadora! -le dijo. Y se marchó.Cuando sus hijos nacieron, la escardadora les marcó la carne. Lo hizo sin entender por qué. Tomó un hierro candente y marcó Vara a la mujer y Aro al varón.-¡Han nacido! -anunció Zorás a su discípulo.—¿Crees que, tal como se lo pediste, la escardadora les dará un nombre? -preguntó Foitetés.-Sé que va a hacerlo -dijo Zorás-. No tengas dudas... Pero recuerda que esa primera marca no se diferencia de la que, en otros tiempos, nuestros campesinos les hacían a sus animales. La marca que en verdad importa será realizada a su debido tiempo.Foitetés sabía que su maestro se refería al día en que los gemelos cumplieran doce años y estuvieran listos para comenzar el camino de la iniciación.-Cuando cumplan doce años iremos a buscarlos, Foitetés -continuó diciendo el mago-. Ese será el día definitivo, cuando la marca del hierro en la carne se transforme en signo de orgullo en sus espíritus.-Doce años... -murmuró Foitetés-. Y luego la iniciación para que puedan comenzar su trabajo en las manchas. ¿Sabes, maestro, cuántos se perderán en ese tiempo?-Lo sé -respondió Zorás-. Pero muchos más se perderán si no actuamos con cautela y paciencia.Eso ocurría cuando la primera flota de Misáianes, con Leogrós al mando, arribaba a las Tierras Fértiles.El tiempo, que permanece porque transcurre, siguió dando sus pasos. Un año, dos años...Y un día, aciago para los parientes del Amo, Leogrós regresó en busca de su castigo.Leogrós anunció que las razas oscuras de las Tierras Fértiles los habían derrotado. Dijo Dulkancellin, dijo Kume. Habló de un Brujo anciano que había llegado al campo de batalla arreando animales. Por fin, hizo saber que Drimus se había quedado allí, junto a sus perros.Zorás celebró estas noticias junto a los navegantes rebeldes.Lubabáh, uno de los capitanes más jóvenes, reía sin mesura. Siempre lo hacía de ese modo. Lubabáh era un hombre tan corpulento como ninguno; un navegante audaz que andaba de aquí para allá como si todo fuera mar. Y el mar fuera dócil como la risa.-Iré al bosque de Goenia. Las nuberas deben conocer las novedades -dijo.-¿Será que quieres avisarle a Mármara, especialmente? -le preguntó uno de sus compañeros.Lubabáh, que estaba bebiendo vino, alzó la jarra:-¿Será que quieres avisarle tú?Del otro lado de la alegría de los capitanes rebeldes comenzaba el tormento para Leogrós.El capitán encontró el castigo que buscaba; suplicios que pocos hombres hubiesen sido capaces de soportar durante tanto tiempo. Por cinco años, Leogrós fue obligado a repetir su derrota, palabra por palabra. Misáianes lo escuchó en silencio.Esos años fueron provechosos para la resistencia. Cinco años en los que Vara continuó creciendo en la mancha de las hilanderas, donde había sido llevada cuando la separaron de la escardadora. Cinco años para que Aro creciera en la mancha de los cuidadores de cerdos.Cinco años pasaron en las dos orillas del Yentru hasta que, al fin, Misáianes decidió enviar una nueva flota a las Tierras Fértiles.La capitana de esas naves era de roca eterna. Misáianes enviaba a su propia madre, dispuesto a doblegar el alma de aquel continente:"Desperté, y mi flota había fracasado en la otra mitad del mundo. Leogrós fue vencido en las armas. Y Drimus se quedó entre los perros. Acepto que el Doctrinador consiguió cumplir, en algo, con el mandato que llevaba. Pero lo que consiguió no es bastante. Regresaré al sitio que llaman Tierras Fértiles multiplicado en ejército, en naves y en armas. Pero eso tampoco será bastante sin alguien que perfeccione la obra que Drimus ha comenzado. Esa serás tú, mi madre. Sólo en tí confío para que acompañes a nuestro jorobado en lo que es más importante. Nunca impondré mí Orden sobre aquel territorio, ni sobre aquellas criaturas, si antes no se socavan sus raíces. Si el dolor no les viene de adentro, conseguiremos tener muertos pero no esclavos. Si no les ensuciamos la sangre, no habrá para nosotros una victoria perpetua."83Cuando la segunda flota de Misáianes zarpaba hacia las Tierras Fértiles, un joven navegante y una nubera espiaban ocultos tras una roca cercana al mar.-¡Ve el mascarón de proa! -musitaba Mármara- ¡Es ella...!, ¡es ella!-Silencio, nubera -pidió Lubabáh.Mármara y Lubabáh se tomaron de la mano y permanecieron callados e inmóviles. Los asustaba la cercanía de la Muerte. Y no podían creer que ella no los estuviese olfateando. Pero si lo hacía, ¿por qué no los señalaba con el dedo extendido? De todos modos, nada podían hacer más que quedarse muy quietos.Al fin, las naves se alejaron. La madre de Misáianes iba al frente, como mascarón de proa de la nave madrina.-Desdichadas Tierra Fértiles -dijo Lubabáh.-Desdichadas Tierras Antiguas -respondió Mármara.Luego, como sucede en medio de la guerra, se amaron con desolación.Más tarde Lubabáh regresó a las costas a reunirse con la capitanía rebelde. Mármara regresó al bosque de Goenia donde la esperaban sus compañeras.Y el tiempo, que es una serpiente interminable, prolongó su rastro...Los navegantes rebeldes consiguieron, con un alto costo, dificultar y menoscabar los refuerzos que los parientes enviaban a las Tierras Fértiles. Averiaban algunas naves, se apropiaban de otras. Pero lo que conseguían estaba lejos de ser suficiente.Tan exigua era la ganancia de la resistencia en las Tierras Antiguas que, en la Casa de las Estrellas y frente a Bor, la ma-dre del Amo se refirió a ella con palabras burlonas y despectivas. Bor le repitió esas palabras a Zabralkán. Y Zabralkán tomó una decisión afortunada para los dos continentes. Los hijos que los antiguos bóreos habían dejado allí debían regresar con sus hermanos:"Nuestro primer camino. La Estirpe por el mar y rumbo a las Tierras Antiguas... ¡Que naveguen con fortuna! Confiemos en que el Yentru nos será favorable. El joven pueblo de la Estirpe hallará a sus hermanos rebeldes y con su llegada fortalecerá, en muchos modos, la resistencia contra Misáianes en las cercanías de su nido", había dicho Zabralkán.Y así ocurrió...La llegada de la Estirpe, el joven pueblo que navegó por mandato de Zabralkán hacia la tierra de su mayores, fortaleció la resistencia como la luna fortalece al cielo de la noche.La madrugada del arribo cientos de antorchas en hilera se encendieron y se apagaron a lo largo de la costa señalando el sitio seguro para el desembarco.Los navegantes de cabello rojo, advertidos por las mujeres peces, aguardaban con impaciencia la llegada de sus hermanos.De nuevo, Mármara y Lubabáh espiaban detrás de una roca. Pero en esta ocasión no se trataba de la partida de una flota enemiga sino de la llegada de un sueño.No bien las naves estuvieron suficientemente cerca, Lubabáh desorbitó los ojos.-¡Mira, nubera! Mira qué bellas son, mira qué rápido navegan -Lubabáh alzaba el tono de su voz-. ¡Míralas, Mármara! Se parecen a las naves de nuestras leyendas, ésas que ya no sabemos construir.Entonces el navegante perdió el cuidado y, agitando los brazos, corrió hacia la orilla:-¡Miren esas naves! -Lubabáh lo decía para todos, para el cielo, para su propio corazón sorprendido-. Vean cómo se mueven... Casi no se distinguen de las gaviotas.-¡Regresa aquí! -gritó Mármara-. Parece que las amaras más que a mí...Lubabáh le respondió desde lejos, riendo a su modo:-¡Claro que las amo más que a ti, Mármara! Mucho más que a ti.Desde entonces, todo cambió en el mar.Las naves que la Estirpe había aprendido a construir, rescatándolas de los viejos relatos que sus padres les habían dejado en herencia, eran ágiles y livianas. Y poseían aparejos que les permitían navegar a gran velocidad y maniobrar con eficacia.Aquellos navíos legendarios, más el minucioso conocimiento que los navegantes de cabello rojo tenían de vientos y corrientes, de puertos escondidos y de costas mortales, multiplicó el poder de la flota rebelde.A partir de ese día los barcos de Misáianes debieron enfrentarse a emboscadas y acechos de naves que surgían de la niebla y los rodeaban como aves marítimas. Naves que parecían dueñas del viento: llegaban, disparaban con precisión sus cañones y escapan hacia sitios impensables para los grandes barcos.84La llegada de la Estirpe sumó cinco hombres a los seis que ya componían la capitanía rebelde.Once capitanes; cada uno de los cuales tenía a su mando una flota con la que controlaba una zona marítima y costera.En las Tierras Antiguas, los parientes estaban inquietos.Tanto como el fortalecimiento de la rebelión en el mar, los atemorizaba el silencio que llegaba desde la otra orilla. ¿Qué pasaba con Drimus? La victoria, que creían segura, demoraba. ¿Y la Sombra, madre del Amo? ¿Por qué también ella hacía silencio?Zorás tampoco conocía las respuestas a estas preguntas. Nadie en las Tierras Antiguas las conocía.-Se acerca el día -le dijo el mago a su discípulo-. Vara y Aro están prontos a cumplir doce años. Ya ves que el tiempo ha pasado y ha sido bueno en el mar...-Ahora debemos hacerlo bueno en la tierra -respondió Foitetés-. ¿Cuándo iremos en busca de tus hijos?Foitetés sabía que a su maestro no le gustaba llamarlos de ese modo. Pero Foitetés era un discípulo obstinado.-Pronto -dijo Zorás-. Antes, quizás, de lo previsto si es que confirmo algunos temores.-¿Puedo saber a qué le temes? -preguntó Foitetés.-Temo a los juegos de los días largos...Nadie en las Tierras Antiguas sabía aún que, del otro lado del mar, los pastores habían dado vuelta la guerra. Y que el ejército del Venado controlaba la mitad del continente. Nadie sabía que Kupuka acababa de vencer en duelo al jorobado. Mucho menos, que la Sombra conversaba con una niña de trenzas negras en una isla blanca.-Está cerca el día de ungir a los elegidos -dijo Zorás-. Y creo que la Sombra, esté donde esté, escuchará sus nombres.Éstas y otras cosas sucedieron en las Tierras Antiguas... Pero algunas merecen ser contadas con mayor detenimiento.

Para los Alumnos de 5° año del Colegio Los Rosales

Para los Alumnos de 5° año del Colegio Los Rosales

Quiero darles la bienvenida oficialmente al blog espero encuentren aqui informacion que les sirva. Les dejo la segunda parte del poema Vuelta a la Patria de Antonio Perez Bonalde.

 

Madre, aquí estoy; de mi destierro vengo

a darte con el alma el mudo abrazo

que no te pude dar en tu agonía;

a desahogar en tu glacial regazo

la pena aguda que en el pecho tengo

y a darte cuenta de la ausencia mía.

 

Madre, aquí estoy; en alas del destino

me alejé de tu lado una mañana

en pos de la fortuna

que para ti soñé desde la cuna;

mas, ¡oh suerte inhumana!

Hoy vuelvo, fatigado peregrino,

y sólo traigo que ofrecerte pueda

esta flor amarilla del camino

y este resto de llanto que me queda.

 

Bien recuerdo aquel día,

que el tiempo en mi memoria no ha borrado;

era de Marzo una mañana fría

y cerraba los cielos el nublado.

Tú en el lecho aún estabas,

triste y enferma y sumergida en duelo,

que con alma de madre contemplabas

el hondo desconsuelo

de verme separar de tu regazo.

Llegó la hora despiadada y fiera,

y con el pecho herido

por dolor hasta entonces no sentido,

fui a darte, madre, mi postrer abrazo

y a recibir tu bendición postrera.

 

¡Quién entonces pensara

que aquella voz angelical en mi oído

nunca más resonara!

Tú, dulce madre, tú, cuando infelice,

dijiste al estrecharme contra el pecho:

“Tengo un presentimiento que me dice

que no he de verte más bajo este techo”.

 

Con supremo esfuerzo desliguéme

de los amantes lazos

que me formaban en redor tus brazos,

y fuera me lancé como quien teme

morir de sentimiento…

¡Oh terrible momento!

Yo fuerte me juzgaba,

mas, cuando fuera me encontré y aislado,

el vértigo sentí de pajarillo

que en la jaula criado,

se ve de pronto en la extensión perdido

de las etéreas salas,

sin saber dónde encontrará otro nido

ni a dónde, torpes, dirigir sus alas.

 

Desató el sollozar el nudo estrecho

que ahogaba el corazón en su quebranto,

y se deshizo en llanto

la tempestad que me agitaba el pecho.

Después, la nave me llevó a los mares,

y llegamos al fin, un triste día

a una tierra muy lejos de la mía,

donde en vez de perfumes y cantares,

en vez de cielo azul y verdes palmas,

hallé nieblas y ábregos, y un frío

que helaba los espacios y las almas.

 

Mucho, madre, sufrí con pecho fuerte,

mas suavizaba el sufrimiento impío

la esperanza de verte

un tiempo no lejano al lado mío.

¡Ay del mortal que ciego

confía su ventura a la esperanza!...

La ley universal cumplióse luego,

y vi en el alma presta,

la mía disiparse

cual mira en lontananza

torcer el rumbo en dirección opuesta

el náufrago al bajel que vio acercarse.

 

Bien recuerdo aquel día

que el tiempo en mi memoria no ha borrado

era de Marzo otra mañana fría

y los cielos cerraban otro nublado.

 

Triste, enfermo y sin calma,

en ti pensaba yo cuando me dieron

la noticia fatal que hirió mi alma,

lo que sentí decirlo no sabría…

sólo sé que mis lágrimas corrieron

como corren ahora, madre mía.

 

Después al mundo me lancé, agitado,

y atravesé océanos y torrentes,

y recorrí cien pueblos diferentes;

tenue vapor del huracán llevado,

alga sin rumbo que la mar flagela,

viento que pasa, pájaro que vuela.

 

Mucho, madre. He adquirido

mucha experiencia y muchos desengaños,

y también he perdido

toda la fe de is primeros años.

 

¡Feliz quien como tú ya en esta vida

no tiene que luchar contra la suerte

y puede reposar en la seguida,

inalterable calma de la muerte;

sin ver ni padecer el mal eterno

que nos hiere doquier con saña cruda,

ni llevar en el pecho el frío interno

de la indomable duda!.

 

¡Feliz quien como tú, con altiveza

reclinó para siempre la cabeza

sobre los lauros del deber cumplido,

cual la reclina, por la muerte herido,

tras el combate rudo

risueño, el gladiador sobre su escudo!.

 

Esa, madre, es tu gloria

y la alta recompensa de tu historia,

que el premio solo del deber sagrado

que impone el cristianismo

está en el hecho mismo

de haberlo practicado.

 

Madre, voy a partir: mas parto en clama

y sin decirte adiós, que eternamente

me habrás de acompañar en esta vida;

tú hs muerto para el mundo indiferente,

mas nunca morirás, madre del alma,

para el hijo infeliz que no te olvida.

 

Y fuera el paso muevo,

y desde su alto y celestial palacio,

su brillo siempre nuevo

derrama el sol cerúleo espacio…

 

Ya lejos de los tumultos me encuentro,

ya me retiro solitario y triste;

mas ¡ay! ¿a dónde voy? si ya no existe

de hogar y madre el venturoso centro? …

¿a dónde ---¡a la corriente de la vida,

a luchar con las ondas brazo a brazo,

hasta caer en su mortal regazo

con alma en paz y con la frente erguida!.

 

Saga de los confines para 4° año

Chicos elijan cual van a leer

Villancicos

Chicos aqui van los villancicos

http://www.youtube.com/watch?v=NoaAoR8lGUg

http://www.youtube.com/watch?v=tQYa2epnTdo

http://www.youtube.com/watch?v=HWv72L4wgCc

Estudiantes de 5º año del colegio "Los Rosales"


Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida

¡Salve, fecunda zona, 
que al sol enamorado circunscribes 
el vago curso, y cuanto ser se anima 
en cada vario clima, 
acariciada de su luz, concibes! 
Tú tejes al verano su guirnalda 
de granadas espigas; tú la uva 
das a la hirviente cuba; 
no de purpúrea fruta, o roja, o gualda, 
a tus florestas bellas 
falta matiz alguno; y bebe en ellas 
aromas mil el viento; 
y greyes van sin cuento 
paciendo tu verdura, desde el llano 
que tiene por lindero el horizonte, 
hasta el erguido monte, 
de inaccesible nieve siempre cano. 
Tú das la caña hermosa, 
de do la miel se acendra, 
por quien desdeña el mundo los panales; 
tú en urnas de coral cuajas la almendra 
que en la espumante jícara rebosa; 
bulle carmín viviente en tus nopales, 
que afrenta fuera al múrice de Tiro; 
y de tu añil la tinta generosa 
émula es de la lumbre del zafiro. 
El vino es tuyo, que la herida agave 
para los hijos vierte 
del Anahuac feliz; y la hoja es tuya, 
que, cuando de süave 
humo en espiras vagorosas huya, 
solazará el fastidio al ocio inerte. 
Tú vistes de jazmines 
el arbusto sabeo , 
y el perfume le das, que en los festines 
la fiebre insana templará a Lico. 
Para tus hijos la procera palma 
su vario feudo cría, 
y el ananás sazona su ambrosía; 
su blanco pan la yuca ; 
sus rubias pomas la patata educa; 
y el algodón despliega al aura leve 
las rosas de oro y el vellón de nieve. 
Tendida para ti la fresca parcha 
en enramadas de verdor lozano, 
cuelga de sus sarmientos trepadores 
nectáreos globos y franjadas flores; 
y para ti el maíz, jefe altanero 
de la espigada tribu, hincha su grano; 
y para ti el banano 
desmaya al peso de su dulce carga; 
el banano, primero 
de cuantos concedió bellos presentes 
Providencia a las gentes 
del ecuador feliz con mano larga. 
No ya de humanas artes obligado 
el premio rinde opimo; 
no es a la podadera, no al arado 
deudor de su racimo; 
escasa industria bástale, cual puede 
hurtar a sus fatigas mano esclava; 
crece veloz, y cuando exhausto acaba, 
adulta prole en torno le sucede. 
Mas ¡oh! ¡si cual no cede 
el tuyo, fértil zona, a suelo alguno, 
y como de natura esmero ha sido, 
de tu indolente habitador lo fuera! 
¡Oh! ¡si al falaz rüido, 
la dicha al fin supiese verdadera 
anteponer, que del umbral le llama 
del labrador sencillo, 
lejos del necio y vano 
fasto, el mentido brillo, 
el ocio pestilente ciudadano! 
¿Por qué ilusión funesta 
aquellos que fortuna hizo señores 
de tan dichosa tierra y pingüe y varia, 
el cuidado abandonan 
y a la fe mercenaria 
las patrias heredades, 
y en el ciego tumulto se aprisionan 
de míseras ciudades, 
do la ambición proterva 
sopla la llama de civiles bandos, 
o al patriotismo la desidia enerva; 
do el lujo las costumbres atosiga, 
y combaten los vicios 
la incauta edad en poderosa liga? 
No allí con varoniles ejercicios 
se endurece el mancebo a la fatiga; 
mas la salud estraga en el abrazo 
de pérfida hermosura, 
que pone en almoneda los favores; 
mas pasatiempo estima 
prender aleve en casto seno el fuego 
de ilícitos amores; 
o embebecido le hallará la aurora 
en mesa infame de ruinoso juego. 
En tanto a la lisonja seductora 
del asiduo amador fácil oído 
da la consorte; crece 
en la materna escuela 
de la disipación y el galanteo 
la tierna virgen, y al delito espuela 
es antes el ejemplo que el deseo. 
¿Y será que se formen de ese modo 
los ánimos heroicos denodados 
que fundan y sustentan los estados? 
¿De la algazara del festín beodo, 
o de los coros de liviana danza, 
la dura juventud saldrá, modesta, 
orgullo de la patria, y esperanza? 
¿Sabrá con firme pulso 
de la severa ley regir el freno; 
brillar en torno aceros homicidas 
en la dudosa lid verá sereno; 
o animoso hará frente al genio altivo 
del engreído mando en la tribuna, 
aquel que ya en la cuna 
durmió al arrullo del cantar lascivo, 
que riza el pelo, y se unge, y se atavía 
con femenil esmero, 
y en indolente ociosidad el día, 
o en criminal lujuria pasa entero? 
No así trató la triunfadora Roma 
las artes de la paz y de la guerra; 
antes fió las riendas del estado 
a la mano robusta 
que tostó el sol y encalleció el arado; 
y bajo el techo humoso campesino 
los hijos educó, que el conjurado 
mundo allanaron al valor latino. 
¡Oh! ¡los que afortunados poseedores 
habéis nacido de la tierra hermosa, 
en que reseña hacer de sus favores, 
como para ganaros y atraeros, 
quiso Naturaleza bondadosa! 
romped el duro encanto 
que os tiene entre murallas prisioneros. 
El vulgo de las artes laborioso, 
el mercader que necesario al lujo 
al lujo necesita, 
los que anhelando van tras el señuelo 
del alto cargo y del honor ruidoso, 
la grey de aduladores parasita, 
gustosos pueblen ese infecto caos; 
el campo es vuestra herencia; en él gozaos. 
¿Amáis la libertad? El campo habita, 
o allá donde el magnate 
entre armados satélites se mueve, 
y de la moda, universal señora, 
va la razón al triunfal carro atada, 
y a la fortuna la insensata plebe, 
y el noble al aura popular adora. 
¿O la virtud amáis? ¡Ah, que el retiro, 
la solitaria calma 
en que, juez de sí misma, pasa el alma 
a las acciones muestra, 
es de la vida la mejor maestra! 
¿Buscáis durables goces, 
felicidad, cuanta es al hombre dada 
y a su terreno asiento, en que vecina 
está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! siempre 
donde halaga la flor, punza la espina? 
Id a gozar la suerte campesina; 
la regalada paz, que ni rencores 
al labrador, ni envidias acibaran; 
la cama que mullida le preparan 
el contento, el trabajo, el aire puro; 
y el sabor de los fáciles manjares, 
que dispendiosa gula no le aceda; 
y el asilo seguro 
de sus patrios hogares 
que a la salud y al regocijo hospeda. 
El aura respirad de la montaña, 
que vuelve al cuerpo laso 
el perdido vigor, que a la enojosa 
vejez retarda el paso, 
y el rostro a la beldad tiñe de rosa. 
¿Es allí menos blanda por ventura 
de amor la llama, que templó el recato? 
¿O menos aficiona la hermosura 
que de extranjero ornato 
y afeites impostores no se cura? 
¿O el corazón escucha indiferente 
el lenguaje inocente 
que los afectos sin disfraz expresa, 
y a la intención ajusta la promesa? 
No del espejo al importuno ensayo 
la risa se compone, el paso, el gesto; 
ni falta allí carmín al rostro honesto 
que la modestia y la salud colora, 
ni la mirada que lanzó al soslayo 
tímido amor, la senda al alma ignora. 
¿Esperaréis que forme 
más venturosos lazos himeneo, 
do el interés barata, 
tirano del deseo, 
ajena mano y fe por nombre o plata, 
que do conforme gusto, edad conforme, 
y elección libre, y mutuo ardor los ata? 
Allí también deberes 
hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas 
heridas de la guerra; el fértil suelo, 
áspero ahora y bravo, 
al desacostumbrado yugo torne 
del arte humana, y le tribute esclavo. 
Del obstrüido estanque y del molino 
recuerden ya las aguas el camino; 
el intrincado bosque el hacha rompa, 
consuma el fuego; abrid en luengas calles 
la oscuridad de su infructuosa pompa. 
Abrigo den los valles 
a la sedienta caña; 
la manzana y la pera 
en la fresca montaña 
el cielo olviden de su madre España; 
adorne la ladera 
el cafetal; ampare 
a la tierna teobroma en la ribera 
la sombra maternal de su bucare ; 
aquí el vergel, allá la huerta ría... 
¿Es ciego error de ilusa fantasía? 
Ya dócil a tu voz, agricultura, 
nodriza de las gentes, la caterva 
servil armada va de corvas hoces. 
Mírola ya que invade la espesura 
de la floresta opaca; oigo las voces, 
siento el rumor confuso; el hierro suena, 
los golpes el lejano 
eco redobla; gime el ceibo anciano, 
que a numerosa tropa 
largo tiempo fatiga; 
batido de cien hachas, se estremece, 
estalla al fin, y rinde el ancha copa. 
Huyó la fiera; deja el caro nido, 
deja la prole implume 
el ave, y otro bosque no sabido 
de los humanos va a buscar doliente... 
¿Qué miro? Alto torrente 
de sonorosa llama 
corre, y sobre las áridas rüinas 
de la postrada selva se derrama. 
El raudo incendio a gran distancia brama, 
y el humo en negro remolino sube, 
aglomerando nube sobre nube. 
Ya de lo que antes era 
verdor hermoso y fresca lozanía, 
sólo difuntos troncos, 
sólo cenizas quedan; monumento 
de la lucha mortal, burla del viento. 
Mas al vulgo bravío 
de las tupidas plantas montaraces, 
sucede ya el fructífero plantío 
en muestra ufana de ordenadas haces. 
Ya ramo a ramo alcanza, 
y a los rollizos tallos hurta el día; 
ya la primera flor desvuelve el seno, 
bello a la vista, alegre a la esperanza; 
a la esperanza, que riendo enjuga. 
del fatigado agricultor la frente, 
y allá a lo lejos el opimo fruto, 
y la cosecha apañadora pinta, 
que lleva de los campos el tributo, 
colmado el cesto, y con la falda en cinta, 
y bajo el peso de los largos bienes 
con que al colono acude, 
hace crujir los vastos almacenes. 
¡Buen Dios! no en vano sude, 
mas a merced y a compasión te mueva 
la gente agricultora 
del ecuador, que del desmayo triste 
con renovado aliento vuelve ahora, 
y tras tanta zozobra, ansia, tumulto, 
tantos años de fiera 
devastación y militar insulto, 
aún más que tu clemencia antigua implora. 
Su rústica piedad, pero sincera, 
halle a tus ojos gracia; no el risueño 
porvenir que las penas le aligera, 
cual de dorado sueño 
visión falaz, desvanecido llore; 
intempestiva lluvia no maltrate 
el delicado embrión; el diente impío 
de insecto roedor no lo devore; 
sañudo vendaval no lo arrebate, 
ni agote al árbol el materno jugo 
la calorosa sed de largo estío. 
Y pues al fin te plugo, 
árbitro de la suerte soberano, 
que, suelto el cuello de extranjero yugo, 
erguiese al cielo el hombre americano, 
bendecida de ti se arraigue y medre 
su libertad; en el más hondo encierra 
de los abismos la malvada guerra, 
y el miedo de la espada asoladora 
al suspicaz cultivador no arredre 
del arte bienhechora, 
que las familias nutre y los estados; 
la azorada inquietud deje las almas, 
deje la triste herrumbre los arados. 
Asaz de nuestros padres malhadados 
expiamos la bárbara conquista. 
¿Cuántas doquier la vista 
no asombran erizadas soledades, 
do cultos campos fueron, do ciudades? 
De muertes, proscripciones, 
suplicios, orfandades, 
¿quién contará la pavorosa suma? 
Saciadas duermen ya de sangre ibera 
las sombras de Atahualpa y Moctezuma. 
¡Ah! desde el alto asiento, 
en que escabel te son alados coros 
que velan en pasmado acatamiento 
la faz ante la lumbre de tu frente, 
(si merece por dicha una mirada 
tuya la sin ventura humana gente), 
el ángel nos envía, 
el ángel de la paz, que al crudo ibero 
haga olvidar la antigua tiranía, 
y acatar reverente el que a los hombres 
sagrado diste, imprescriptible fuero; 
que alargar le haga al injuriado hermano, 
(¡ensangrentó la asaz!) la diestra inerme; 
y si la innata mansedumbre duerme, 
la despierte en el pecho americano. 
El corazón lozano 
que una feliz oscuridad desdeña, 
que en el azar sangriento del combate 
alborozado late, 
y codicioso de poder o fama, 
nobles peligros ama; 
baldón estime sólo y vituperio 
el prez que de la patria no reciba, 
la libertad más dulce que el imperio, 
y más hermosa que el laurel la oliva. 
Ciudadano el soldado, 
deponga de la guerra la librea; 
el ramo de victoria 
colgado al ara de la patria sea, 
y sola adorne al mérito la gloria. 
De su trïunfo entonces, Patria mía, 
verá la paz el suspirado día; 
la paz, a cuya vista el mundo llena 
alma, serenidad y regocijo; 
vuelve alentado el hombre a la faena, 
alza el ancla la nave, a las amigas 
auras encomendándose animosa, 
enjámbrase el taller, hierve el cortijo, 
y no basta la hoz a las espigas. 
¡Oh jóvenes naciones, que ceñida 
alzáis sobre el atónito occidente 
de tempranos laureles la cabeza! 
honrad el campo, honrad la simple vida 
del labrador, y su frugal llaneza. 
Así tendrán en vos perpetuamente 
la libertad morada, 
y freno la ambición, y la ley templo. 
Las gentes a la senda 
de la inmortalidad, ardua y fragosa, 
se animarán, citando vuestro ejemplo. 
Lo emulará celosa 
vuestra posteridad; y nuevos nombres 
añadiendo la fama 
a los que ahora aclama, 
«hijos son éstos, hijos, 
(pregonará a los hombres) 
de los que vencedores superaron 
de los Andes la cima; 
de los que en Boyacá, los que en la arena 
de Maipo, y en Junín, y en la campaña 
gloriosa de Apurima, 
postrar supieron al león de España».